Catalina de Erauso y Pérez Galarraga, popularmente conocida como la Monja Alférez, fue una militar, monja y escritora.
A los 4 años de edad, aproximadamente en el año 1589, fue internada en el convento dominico de San Sebastián, su pueblo natal, junto a sus hermanas Isabel y María.
Por su carácter explosivo y ante la dificultad de las religiosas de ese convento para controlarla, fue trasladada al Monasterio de San Bartolomé de San Sebastián, donde las normas eran mucho más estrictas, y en este lugar vivió hasta los 15 años. Allí se dio cuenta de que no tenía vocación religiosa, por lo que se sintió encarcelada y rehusó profesar los votos. En una ocasión llegó al convento una novicia viuda llamada doña Catalina de Aliri, con quien tuvo altercados y peleas a golpes constantes, siendo ésta la causa de la reclusión en su celda. Por tal motivo, la noche del 18 de marzo de 1600, víspera de San José, encontró las llaves del convento colgadas en un rincón y aprovechó para escapar; se hizo ropa de hombre con los materiales que tenía a su alcance, se cortó el cabello y escondió el hábito.
A partir de entonces comenzó una vida de prófuga que posteriormente narró en su autobiografía, lo que le otorgó una gran fama. Anduvo de pueblo en pueblo comiendo hierbas y manzanas que encontraba en el camino, y así llegó a pie hasta Vitoria. Ahí encontró al doctor don Francisco de Cerralta, catedrático, quien la recibió y le ofreció vestido sin reconocerla. Este hombre estaba casado con una prima hermana de su madre.
Estuvo con el catedrático durante 3 meses, en los cuales aprendió algo de latín. Tras un intento de abuso sexual, Catalina tomó dinero del doctor y se fue hasta Valladolid, donde en ese entonces residía la corte del rey Felipe III. Catalina sirvió en la corte como paje del secretario del rey Juan de Idiáquez, disfrazada de varón y bajo el nombre de Francisco de Loyola, durante siete meses. Tuvo que huir de Valladolid cuando se encontró con su padre, que venía buscando a Don Juan de Idiáquez, pues eran buenos amigos.
Su padre pedía información para localizarla, describiendo su aspecto físico y la manera gracias a la cual, escapó del convento. Curiosamente, su padre no la reconoció a pesar de haber hablado con ella. Después de esto, tomó la decisión de huir nuevamente, en esta ocasión hacia Bilbao. Al llegar no tuvo la misma suerte de los lugares anteriores, no encontrando hospedaje ni mecenas. Además, hubo un altercado con unos jóvenes que intentaron asaltarla, por lo que tomó una piedra e hirió a uno de ellos. Como consecuencia, fue arrestada y estuvo un mes en prisión hasta que el joven sanó. Una vez que salió de la cárcel fue a Estella en Navarra y en este lugar consiguió acomodarse como paje de un importante señor de la localidad llamado Alonso de Arellano. Catalina sirvió en su casa durante dos años, entre 1602 y 1603, siendo siempre bien tratada y vestida. Tras sus años al servicio de Arellano, y "sin más causa que mi gusto" como ella misma declaró, regresó a San Sebastián, su pueblo natal, donde estuvo viviendo como varón y pendiente de sus familiares, a quienes veía frecuentemente, también asistió a oír misa en su antiguo convento con sus excompañeras. Cabe la posibilidad de que sirviera a su priora sin ser jamás reconocida. Pasado el tiempo se fue a Sevilla y después a Sanlúcar de Barrameda. En esa villa consiguió una plaza como grumete en el galeón del capitán Esteban Eguino, que era primo hermano de su madre. Embarcó según sus memorias en el lunes santo del año de 1603 rumbo a América. Al parecer Catalina sintió lo mismo que muchos vascos de su época: la llamada de Indias.
Todo este tiempo lo pasó disfrazada de varón, con el cabello corto y usando distintos nombres, como Pedro de Orive, Francisco de Loyola, Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán o Antonio de Erauso. Según parece su físico no era nada femenino, lo que le ayudaba en su engaño.
Unos días antes de partir de San Sebastián, con la ayuda de un compañero de correrías de su confianza, escondió una pequeña fortuna en un lugar seguro, dejando pistas por toda la ciudad para que si no podía regresar, pudiese localizarla algún familiar o amigo posteriormente.
¿Te gustaría intentar encontrarlo?
Sigue los pasos de Catalina y su acompañante por toda la ciudad, resuelve los enigmas que fueron dejando y consigue el tesoro.